domingo, 9 de agosto de 2009

Cuando mueren las abuelas


8 de Agosto de 2009, 18:30 más o menos.
Parte hacia la Casa del Padre Hilda Nicolasa, la “Abuela Hilda”, mamá de Cristina, abuela de nuestros cinco hijos y una de las mejores mujeres que conocí.

No gasten en necrológicas, no hay duelo, hay nostalgia, morriña, historia y memoria.

Nació campesina en Hernández Provincia de Entre Ríos hace 74 años. Vino a Santa Fe a trabajar, se casó, tuvo dos hijos, nos hicimos amigos y se murió. Poco hay por escribir sobre ella, en realidad no hace falta. Quienes necesitan de muchas palabras para justificar su vida, para explicar para qué vivieron, es porque poco dejaron. La costumbre hace que de los grandes muertos se llenen bibliotecas y lo malo para ellos es que para recordarlos hay que leer lo que se escribió de ellos. Los muertos ilustres son aquellos a quienes se extraña sin necesidad de acudir a la biblioteca.
La Abuela Hilda será una de esas.

Hace cinco años perdí dos madres y amigas. Cuando la Abuela Hilda hizo su primer ACV que la desconectó del mundo también murió la Abuela Ñata, mi madre. Se había hecho amigas las veteranas. Piel adentro me duelen las mujeres amadas que se van.

Hago memoria.
Sin la Abuela Hilda no hubiera habido hogar ni casa en su familia. Ella aguantó pared adentro lo que le dolía pared afuera, paredes que levantó ladrillo a ladrillo. Construyó.
Sin la Abuela Hilda algunos reencuentros no hubieran sido posibles en la familia. Ella supo aceptar la voluntad de los otros pese al dolor.
Sin la Abuela Hilda nuestro hijo menor, Mariano, no hubiese rezado conmigo todas las noches (o casi todas) pidiéndole a la Mamá Grande -la muchachita de Nazareth, Mamá de Jesús y Mamá nuestra- por las mamás de la familia: La Abuela Ñata que ya estaba con Ella en la Casa del Padre, la Abuela Hilda que estaba enferma, la abuela “Mami”, Cristina, mi esposa; la mamá menor, Cristina María Victoria, “la Gata”, nuestra hija mayor y mamá de Tiago.
Sin la Abuela Hilda a muchos de mis viajes a Mina Clavero le hubiera faltado “algo...”
Sin la Abuela Hilda no hubiese yo conservado la esperanza de algún día tenerla de nuevo en casa de visita y ante su muerte no tendría ahora la paz de saber que al fin estamos de nuevo juntos, aunque esperando el reencuentro.
¿Juntos? Claro...
Porque ya no hay barreras, porque no hay forma de separar a dos almas que se quieren, una libre (ella) y otra aún atrapada (la mía).
Porque hay comunión, una especie de pacto secreto que nadie más que los protagonistas conocen.

Así somos... Los que no necesitan palabras como ella y los que gastamos las palabras, como yo. Así somos...
A veces en silencio, inexpresivos, nos sentimos juntos. Muchas veces, rectifico. El amor es así. Omite lo evidente. El contacto se produce a la distancia y es mágico. Rectifico: Milagroso. Es una donación, un regalo, una Gracia que se guarda muy adentro. Recién ahora me atrevo a contarlo.

Me despido de ella escuchando su risa, fuerte, sólida, contagiosa.
Hubo quienes tuvieron el atrevimiento de acallarla pero fue por un momento, siempre resucitaba, siempre resonaba invadiéndolo todo. Pese a los que la fueron matando de a poquito con el olvido y el desprecio, ella despertaba la alegría.
Despertaba a la alegría.
Despertaba la alegría...

Cuando mueren las abuelas comenzamos a darnos cuenta de que nosotros también estamos en la lista y que ellas, que son el principio de lo que será la historia que construirán nuestros nietos, así como nos enseñaron a vivir aquí, nos preceden para esperarnos y enseñarnos a vivir allá, donde vamos. ¡Qué bueno...!
¡Tener una abuela que sabe reír esperándonos...!

Gracias Abuela Hilda por engendrar a Cristina.
Gracias por tu mirada de amor última, hace ya cinco años.
Prometo extrañarte, promete esperarme.
Hasta vernos, Abuela Hilda.

JC

A nuestros amigos les pido una oración en su memoria para que la generosidad del Padre y su gran Misericordia perdone sus pecados y la siente a la mesa de familia donde están su amiga la Abuela Ñata, el Abuelo Nacho (mi padre) y tantos otros que la conocieron y amaron, en la que Jesús sirve el pan recién horneado y el vino nuevo.
Y una más para que la lágrima furtiva de Cristina sea de consolación y esperanza. (Y también la mía). Gracias.

Juan Carlos Sánchez
08 Ago 09

Algunas fotos de las dos abuelas.
La Abuela Ñata y la Abuela Hilda en mi casa paterna.

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