domingo, 12 de abril de 2009

¡Oh Padre, devuélveme a mi hijo…!


La oración de María en la noche del Sábado es la aceptación de la madre a la voluntad del Padre. Ella cree y espera a su hijo resucitado.
Escrito en las vísperas del 7 de Abril del 30


Por Juan Carlos Sánchez

Todo indica que Jesús murió el 7 de Abril del año 30 aunque algunos estudiosos dudan si fue el 6 o en el año 33. No tiene importancia, Él es el Señor del tiempo y de la historia, hay un antes y un después desde Él, Él es la bisagra de la humanidad, el calendario de la vida comienza con Él y cuando hay vida hay esperanza y las fechas pueden ignorarse.

Esto que escribo hoy en la Semana Santa de 2009 es sencillamente testimonial, no tiene valor teológico ni filosófico ni de ninguna ciencia, es solamente un espíritu que espera volcado sobre el teclado; lo que un sesentón teórico dramáticamente bendecido siente desde que la resurrección se le hizo manifiesta. Y todo por el amanecer de aquél día en que María, la humilde muchachita de Nazareth, oró al Padre reclamando la presencia de su hijo vivo y resucitado, el mismo cuyo cuerpo muerto acunó en sus brazos cuando fue bajado de la Cruz.

Esa breve oración que María Valtorta pone en boca de la Madre al relatar una de una de sus visiones, la del 21 de febrero de 1944 precisamente [1], tiene demasiados significados y algunos quiero compartirlos ahora, son necesarios para interpretar lo que luego será el testimonio.
La Virgen Madre cree en su Hijo, lo espera, sabe que la visitará para calmar su agobio. Ella recuerda su promesa: Edificará el templo (de su cuerpo) en tres días y como es el alba del Dies Domini ansiosamente no quiere esperar, ¡Ya es hora Jesús, ven…! Pese a todo, a su fe, ora. Se une a la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos la noche de su prendimiento: “¡Que se haga tu voluntad, Padre, y no la mía..!” Y esa voluntad es morir para que todo resucite con Él. Fue necesario, la semilla debe morir para que se goce de los frutos.
Y esa Madre que quizá esperó ejércitos humanos o celestiales que rescatasen a su Hijo del martirio acostumbrada como estaba a milagros y fenómenos, tuvo que soportar que “una espada traspasara su corazón” y sostener en su regazo la cabeza yerta para creer. Es que hay que morir para dar fruto, como la semilla…
Y ora, porque no es ajena ni al misterio ni al poder de Dios ni a la voluntad del Padre. Participa de la Resurrección activamente, ora… La voluntad de Dios no se acepta pasivamente, hay que actuar, romperse, sentirse impotente, desgarrarse, aceptar, saber que humanamente todo está acabado y que sin embargo hay una esperanza que se hace milagro en esa oración, milagro en lo secreto.
Ella, con la plenitud de los derechos que le da aquél “fiat”, el “si” con el que todo empieza treinta o cuarenta años atrás ante el anuncio del ángel de su maternidad, pese a ellos, ora.
Podría haber reclamado airadamente al Padre que ya que fue capaz de dar vida desde lo humanamente imposible antes vuelva a hacerlo ahora y sin embargo humildemente, angustiadamente, ora. Podría haberle reprochado la forma de morir de su hijo, podría haber reclamado en nombre de aquél “sí” sin el cual esto no estaría ocurriendo, pero ora.
Acepta la voluntad del Padre y nos enseña –es otra enseñanza- que hay que orar para vencer la muerte.

Es también la oración de Jesús en el huerto. Acepta la voluntad de Padre para vivir y dar vida. Porque aunque Él sabía de su resurrección también temía su muerte cercana, y ora.
La voluntad de su Padre era un canje: La inmolación del Cordero para la resurrección del rebaño tras su Pastor. La glorificación cuesta y vale.

En Jesús y en María la santidad es pletóricamente humana y se expresa en la oración. Desde la dificultad de su humanidad se hace virtud dejando actuar la Gracia, permitiendo que los invada y sometiéndole su razón.
La oración de María es prisa por ver el cumplimiento de la promesa, hay mucho de temor en ella, es humano que así sea. No duda pero se angustia y entonces, duda. Es la paradoja que envuelve el absurdo de la Cruz.
Es humana, muy humana. Jesús también se angustia aunque sabe lo que pasará. Es humano, perfectamente humano.
Al dejarse invadir por lo divino complacen el sueño de Dios y lo divino sucede. Siempre fue así, siempre es así. Sucede con cada uno de nosotros cuando lo permitimos.
Jesús, pudiendo evitar la Pasión acata la voluntad del Padre. Jesús es divino.
La divinidad no consiste en hacer lo que se quiere sino lo debido, lo exacto, al estilo de lo que oramos en el Padrenuestro: “…hágase Tu Voluntad…”


No recuerdo bien cuanta importancia le daba a la muerte, algo muy lejano para mi por aquellos tiempos de hace casi dos décadas, ni si hacía juicio de la resurrección y menos aún de la oración. Creía, sí, fui educado para creer y la Gracia obró en mi, pero no era lo fundamental. Lo que importaba por entonces era la política, los negocios, las mujeres, los buenos vinos y los quesos estacionados y sabrosos y el churrasco jugoso.
Me tuteaba con el Presidente de la Nación y con el Gobernador de la Provincia (Menem y Reutemann) y de allí para abajo con quien quería, nadie protestaba. Cambiaba de auto y de compañía según el gusto del día y me buscaban los periodistas. La vida era una fiesta y de pronto murió mi padre. Siempre lo admiré a más de amarlo.
Fue una agonía corta y elegante si se quiere y yo oré para que muriera luego del cumpleaños de mamá que es el 29 de Julio y del suyo propio es el 31 de y así fue, murió un 2 de Agosto a los 82 años.
También oré por su sanación sin éxito y sin furia por el resultado. César Actis Bru me iluminó: “Él hace lo que quiere y no siempre lo que le pides, para eso es Dios…”
Me avisaron que a las 5:30 de la madrugada hizo un paro, avisé a mamá, busqué sus pertenencias de la terapia intensiva del Hospital Italiano, preparé el velorio, llevé a la funeraria sus mejores ropas y cuando todo estaba en orden me fui a casa a llorar..
Desde mi cama y por un amplio ventanal casi puerta ventana se veía el patio con algunos frutales y muchas plantas. De traje y corbata me tiré sobre el cubrecama sin pudor por mis lágrimas, todo dolía. De pronto…
Escuché una voz amada y conocida que me decía “¿Pero por qué lloras hijo? ¡Si yo estoy bien…!” repitiéndomelo un par de veces más. Alcé la mirada hacia el patio y allí, entre los naranjos, algo por encima del suelo y con una juventud que había perdido hacía décadas, estaba papá mirándome sonriente, acariciador. No se que sentí pero una gran consolación me cubrió. Lo demás, la Misa de cuerpo presente, el entierro y el regreso a la casa paterna con mamá es otra historia.
¿Resurrección…?
Con el tiempo descubrí lo singular del mensaje de mi padre. No solamente me consolaba, me anunciaba el misterio, proclamaba para mi la Fe que me deseaba.
¡Oh Padre, devuélveme a mi padre…!
Fue el primer aviso. Sigo contando.


Todos en familia creímos que mamá no duraría sola.
Mi casa siempre fue ordenada, limpia y acogedora. No el paraíso en la tierra porque la habitamos humanos pero sí con algo de anticipo de él que aún me causa morriña cuando lo recuerdo.
La mesa con mantel impecable, servilletas para cada uno con su aro servilletero de color que la identificaba, las sábanas limpias siempre, los pisos relucientes, la ropa planchada, las sartenes brillando y el patio con flores. Mi casa paterna / materna fue un útero seguro donde me enseñaron que lo externo es imagen de lo interior y que a su vez lo moldea, que el desorden y la suciedad tienen que ver con la fragilidad de espíritu. En casa las ollas y la vajilla pasaban de generación en generación, todo duraba, todo era bello.
Mamá se esmeraba en atender a papá especialmente luego de su primera enfermedad, un ACV seis años antes de morir. Siempre fueron exquisitamente unidos. En la oración diaria del Rosario, en la Misa, en los viajes de vacaciones, en investigarme la andanzas juveniles o mis estudios. Vivían el uno para el otro y hasta parecía que por el otro. Sin embargo mamá moriría a los 96 años, 14 luego de papá y tiene su explicación: Aún era necesaria, no había acabado su misión, el sueño de Dios para con la “Señorita Ñata” como se la conocía en la escuela. Claro que eso es otra historia.

Mamá murió rápidamente con apenas un par de días de internación a las 5 y media de la tarde de un 1º de Mayo. Acomodé su velorio que no fue público y al día siguiente, cumpleaños de nuestro quinto hijo Mariano Vicente Bautista, la depositamos en el crematorio en espera. El día fijado fui con una sopera de plata con bandeja en su base a retirar sus cenizas –ella valoró mucho ese regalo que le hice años antes- y la traje de vuelta a casa. Nunca imaginé hasta que punto mamá retornaba al hogar. Un regalo que llegó en un regalo.

Me preparé para pasar el peor cumpleaños de mi vida en Julio. Extrañaba anticipadamente el beso y el regalo de mamá y llegó el día y algo me distrajo.
Mi casa está abarrotada de libros, de muebles antiguos, de cuadros y el piso de las oficinas, recepción y dormitorios es de pinotea y sentí un fuerte olor a quemado. ¿Se ponen en mi lugar?
Salí disparado por todos lados buscando el incendio, recorrí la casa entera y miré dos o tres veces la recepción donde está el hogar a leña por si a alguien se le había ocurrido prender fuego. Busqué nariz en alto en los cuartos de los niños por si habían sido ellos y finalmente me detuve… ¡Si! ¡Acertaron…! ¡Frente a la sopera…!De ella emanaba un fuerte olor a hogar a leña, olor a hogar… ¿Me explico?
El fenómeno se repitió en Navidad y un año después cuando uno de mis diarios digitales superó la marca de las 7.000 lecturas en un día. ¿Tienes Internet en la nube, mamá?
¡Oh Padre…! ¡Devuélveme a mi madre…!

Pero faltaba algo más…
Tía Victoria, la hermana mayor de mamá y mamá misma usaron por años y hasta que dejó de conseguirse un perfume no demasiado común llamado Mary Stuart. Tía Victoria fue mi segunda mamá, la más cercana de las tías, la que me hizo gustar de la ópera, del canto de Fray José Mojica, franciscano, en el Teatro Municipal de Santa Fe, de la orquesta sinfónica, de la pascualina de acelga con queso y especias a gusto y de los ravioles caseros.
Vuelvo al perfume. Cuando desapareció del mercado ese aroma pasee a mamá por fragancias y marcas diversas hasta encontrar uno que fue de su agrado, labor que me ocupó por algunos años. Ni parecido al mencionado quiero dejar bien aclarado.
Del episodio del famoso incendio que no fue pasó algún tiempo hasta que tomé valor para revisar las pertenencias de mamá que quedaron tal cual ella las dejó cuando la llevé al sanatorio donde falleció. Abrí la puerta del que fue su ropero personal y el olor a Mary Stuart, fuerte, dominador, me aleló. Revisé de arriba abajo el mueble, los cajones, saqué todo afuera buscando el frasco olvidado que supuse mamá había conservado y que seguramente quedó abierto. No lo pude hallar.
El perfume persistía pese a las puertas abiertas del ropero y al desorden que estaba produciendo con mi búsqueda. Finalmente me encogí de hombros, ordené como pude, cerré cajones y puertas y dejé el asunto para el día siguiente. Cuando quise constatar el perfume pasado el mediodía ya no se percibía. ¿Anduvieron las hermanas de visita?
Pero mamá nunca se anduvo con chiquitas.

Destinamos el dormitorio de mamá a tres años de su fallecimiento para nuestra tercera hija, Angélica. Ella quiso cambiar de ropero eligiendo uno antiguo con tres espejos grandes, uno en cada puerta. Así que el que usaba mamá fue vaciado, trasladado a otra habitación y acomodadas allí sus pertenencias (las que aún quedaban) con otras variadas. (¿Toman debida nota de que se aireó la ropa y el mueble?). Bien… Cuando se abría alguna puerta de ese famoso ropero el olor al perfume nuevo que usaba mamá invadía el cuarto. No había frasco alguno en él ni su ropa guardaba la fragancia. Nos acostumbramos o nos resignamos si se quiere, a compartir la casa con… (?) Fue costumbre hasta el día en que se celebra la Asunción de María a los cielos.
Y aquí vale acotar que mamá se llama Asunta María.

Ese día –y lo supe algo después cuando se animaron a contármelo- Angélica y mi esposa olieron el habitual perfume inexistente de mamá pero acompañado de un fuerte olor a rosas que se alternaba con el otro. ¿Andaban las María de visita?


Es inolvidable para mi la devoción por el rezo del Santo Rosario que mis padres tuvieron siempre. Lo oraban todos los días infaltablemente. Mamá, ya viuda y viviendo en mi actual casa, lo rezaba por las tardes escuchando Radio María o guiado por unas grabaciones de SS Juan Pablo II. Digamos… Ese matrimonio gozaba de cierta intimidad orante con la Mamá de Jesús y nuestra. Y retorno a la oración.

La oración de Jesús en el huerto sometiéndose a la voluntad del Padre y la de María al alba del día de la Resurrección son oraciones de reencuentro, de eternidad, de permanencia. Son oraciones de amor y el amor es lo único que permanece. Cuando terminemos nuestra búsqueda, nuestro peregrinar terreno, recién entonces gozaremos del amor en su perfecta medida; seremos puro amor, como dioses. Habremos resucitado.


La resurrección ya no me es extraña y la muerte no me asusta, es una amiga esperada que siempre cumple con su visita. Llega siempre a horario, ni antes ni después. Nunca es inoportuna.

Alégrense, es Pascua.
“¿Dónde está, muerte, tu victoria?
¿Dónde está, muerte, tu aguijón?"

Les deseo que vivan con alegría y mueran ansiosos del asombro, porque no hay ojo que haya visto lo que el Padre tiene preparado para los que le aman y se aman.


[1] Les sugiero leer http://www.reinadelcielo.org/estructura.asp?intSec=2&intId=22&intIdP=117

E-mail del autor: zschez@yahoo.com.ar
12 Abr 09
Pascua de Resurrección
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