domingo, 22 de marzo de 2009

Algo inesperado


Amigos:

Esta es una de mis formas de adherir al Día del Niño por Nacer, un logro argentino que lleva la firma de un entrañable amigo de más de tres décadas, Carlos Menem. Seguramente más de un argentinito le debe la vida al riojano, no lo olvidemos nunca, que cada 25 de Marzo sea un día de fiesta y de orgullo nacional.

Lo escribí hace años habiendo vivido de cerca el suceso, tan real como el niño que hoy juega en la plaza del barrio. Vivió gracias al amor.

Sirva este cuento para que alguien que piense en matar por temor, reflexione.

JC

Algo inesperado

Por Juan Carlos Sánchez

— Pero... ¡Si no es tuyo...!
Él simplemente la miró. Giró sobre sus talones, encendió un cigarrillo, le dio una pitada y lo apagó en el cenicero de ónix recuerdo de unas cortas vacaciones en familia por las sierras de San Luis. Se miró en el espejo de la cómoda, ordenó su flequillo rebelde y con un giro teatral enfrentó el indisimulable e incontenible asombro de esa mujercita firme y sólida que era su prometida, con una leve sonrisa tristona en los labios. Ella estaba atónita. Había elaborado esa conversación durante varios días y preparado todas las repuestas posibles a las distintas actitudes menos esta. Esta era la inesperada. Había previsto todo, menos lo que estaba ocurriendo.
Inclusive había avisado a una vecina chismosa y comedida, una buena amiga a quien había tomado como confidente, de que esa noche conversaría con Joseph, de que le contaría todo y le pidió que estuviese atenta, que si gritaba era por miedo a algo y que si eso pasaba, que llamase a la policía y al rabino. Se arrepintió de haberlo hecho. Joseph nunca se descontrolaba. Era firme y fogoso como todo hombre joven que luchaba a brazo partido con la vida, seguro de sí mismo y capaz de enfrentar las peores vicisitudes pero no imponía sus ideas usando la violencia, nunca pendenciero, jamás golpeador. Pacientemente aguantó con ternura sus veleidades de niña casi rica, hija única de una familia de clase media acomodada y la soberbia autosuficiente de su parentela.
Cuando fue necesario servir, Joseph puso su corazón y sus hábiles manos de obrero al servicio de algunas reparaciones de emergencia en la casa paterna y hasta se ocupó con benevolencia samaritana de las pavadas histéricas de una tía solterona. Pero un poquito de miedo tenía. Un hombre es un hombre y su comportamiento puede ser impredecible ante circunstancias dolorosas. Además, la ley era la ley y la ley autorizaba el repudio y en ciertas circunstancias condenaba a muerte a una mujer en su situación. Claro que en estos tiempos modernos ya no se aplicaba.
Mirándolo ahora, una cálida ternura la ahogó. ¡Era increíble ese hombre! Capaz de lo imprevisible como si fuera lo más natural del mundo. Solamente los poetas y los locos eran capaces de vivir un ensueño con tanta galanura y sin perder la compostura. Los ensueños nunca se parecen a la realidad y quien puede sobrevivirlos es un predestinado o un extraterrestre.
— Pero... ¡Si no es tuyo...! — repitió Myriam como una cantinela — ¡No es tuyo...!
Meditó las siguientes palabras porque comprendía que en ellas se jugaba el futuro de ese hijo que llevaba en su seno; no se atrevió a mirarlo de frente y recurrió a la excusa de la ventana como si le interesara lo que pasaba en la calle. Clavando la vista en la nada, habló al fin.
— No tenés conmigo ninguna obligación. Es mi hijo y puedo arreglármelas sola. No es lo que quiero, pero lo acepto.
Joseph esbozó una leve sonrisa dolida y un tanto irónica. Miró la nuca de Myriam y se detuvo con deleite en su larga cabellera ondulada que bajaba casi hasta la cintura. Admiró su cuerpo elegante, su cintura esbelta y sus piernas de estatua griega. Por un momento sintió rabia, celos, envidia; una catarata de sentimientos contradictorios lo invadió. Deseó golpearla y acariciarla al mismo tiempo, protegerla y condenarla, perderla y a la vez perderse en ella.
— Todo lo tuyo es mío y lo mío es tuyo. Esa fue nuestra promesa, la que nos hicimos hace mucho tiempo y yo cumplo mi palabra.
— Pero no es tuyo...
— ¡Pero es tuyo! ¡Por eso es mío! —La lógica cruel del concepto los inundó a ambos por igual de una profunda pena—. Lo tuyo es mío... Solamente vos puedes desposeerme de lo que es mío. Solamente tu voluntad puede romper la promesa. Yo no renuncio a lo mío...
— Entonces... —Myriam había superado los límites del asombro— ...entonces... ¿Vos me querés igual?
— ¿Te dije alguna vez que no te amaba?
— Pero yo...— la frase inconclusa dijo todo.
— Hasta tu pecado es mío, hasta tu pecado.
Cuando la vecina los vio salir abrazados camino al supermercado de la esquina supuso que Myriam le había mentido un poco en esa historia contada a medias con muchos silencios y lágrimas.
Gabriel Arcángel, un vecino nuevo que pasaba por allí haciendo un mandado, memorioso de una historia parecida ocurrida hacía mucho tiempo en otras circunstancias y por voluntad de Dios en la cual también el amor abrazaba todo, inclusive el pecado, apuró el paso tratando de doblar al final de la calle antes de que la incontenible carcajada brotase de su boca apretada en el esfuerzo por silenciarla.


Del libro "Bajo la Piel"

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