domingo, 7 de diciembre de 2008

La Clementina




“La Clementina ilumina
la callecita a su paso,
las flores de su cabello
huelen igual que en el campo.”

Teresa Parodi


Cuando escuché por primera vez la canción de Teresa no me dijo nada. Me gustó, pero nada más. Quedó allí.
Quedó allí hasta que conocí una Clementina.
Clementina era peluda, pequeña y suave como el Platero de Juan Ramón Jiménez; doméstica y poética.
Dura y esperanzada como un Pablo Apóstol ferviente y enamorado.
Callada y triste como un Cristo yerto.
Clementina era así. Como una espina, como una florecilla azul (la del verso de Teresa), como una roca, como agua que no queda, como viento, como nube.
Como una historia guardada, un silencio que grita, un dolor, una espera, una vida.
La Clementina que conocí era apenas adolescente y mamá, apenas mujer y niña, águila y polluelo, camino y descanso.
¿Cómo llenar una página con su historia tan breve y poco importante? Me resigno a un corto relato y arranco laxo con las palabras. No se que decir. Escribiré su vida como una rutina literaria, como un ejercicio más para rellenar un libro. No es importante ni novedosa, ocurre a la vuelta de cualquier esquina y a pocos le interesa.


Vino del campo a trabajar a la ciudad como sirvienta y consiguió buen conchabo. Una familia de profesionales con dos hijas pequeñas, cristianos de Misa dominical y generosos con los pobres y con la Iglesia la aceptó como una hija más. Trabajo y escuela, trabajo y catequesis y más trabajo era su rutina.
Conoció a Juan y se enamoró o se aferró a él, “algo de cada” como definió alguien sincréticamente. Se embarazó con placer e imprevisión y temiendo las consecuencias se lo contó a la patrona. Tuvo razón. La pusieron de patitas en la calle aduciendo el mal ejemplo a las niñas; que “eso no se hace”; que “el pecado se paga”, que “Dios castiga y no muestra la güasca” y que ya no serviría para el trabajo y que ellos no podían hacerse cargo de un bebé. Eso sí, le pagaron unos pesos de más por si los necesitaba y la anotaron en la Caritas parroquial por la ayuda futura.
La Clementina que conocí —como la de la canción de Teresa—, se encuentra en plazas y calles con Juan, se miman, se quieren, juegan con su bebé. Juan le regala flores silvestres —como en la canción de Teresa— y Clementina una sonrisa grande, un beso y una esperanza: esa berreante y siempre hambrienta que pone en los brazos del pibe-padre.
Sueñan.
Dentro de poco cuando sean mayores vivirán juntos en un rancho de paja y barro con techo de chapas de cartón y seguirán teniendo hijos. Recién entonces habrá bautizo y nombre cristiano para Juan Clemente Sosa, el hijo amado del Buen Dios que hace salir el sol para todos, hasta para los ex patrones de Clementina y para los escritores que economizamos palabras para contar su historia.

“La Clementina se enciente
como un farol en el campo
cuando se encuentra con Juan
y él le regala su ramo.

Y entonces sabe por que
se puede seguir soñando.
Se puede. Se puede.
Se puede. Se debe.
Se debe. Se debe.”


Teresa Parodi


Del Libro “Otros Relatos”

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