domingo, 20 de septiembre de 2009

José Frydryk, Sacerdote de Jesucristo

Misionero de La Salette y responsable de la Renovación Carismática Católica de la Arquidiócesis de Santa Fe, partió a la Casa del Padre el Día de Todos los Santos. Todo un signo. Y hay más… Mucho más.
Los protagonistas de este cuento que les cuento son muchos, José, Vicente, Karol y los otros.


Por Juan Carlos Sánchez Dodorico
(Nota en reedición en la Fiesta de Ntra Sra. de La Salette)

No escribiré la historia larga y fecunda en Santa Fe de José Frydryk, que otros se ocupen de esos menesteres necesarios. Este chaqueño nacido en el monte de Pampa del Infierno y nunca del todo resignado a ser un inmigrante, merece de mi parte y respetando la profunda amistad que nos une, simplemente un testimonio existencial.

Digo amistad que nos une en presente pues creo en la comunión de los santos -lo somos por el bautismo los vivos y lo son quienes merecieron compartir el pan y el vino nuevo en la mesa que sirve Jesús- y en que pese al abismo que separa a la Iglesia militante de la triunfante y de los condenados, si los hay, existen sutiles formas de comunicación que no ofenden la sana doctrina. Ya les contaré y verán.
En presente, repito, tal como dediqué mi libro “El Abbá, la Morada y el Acacio” a mi maestro, compadre y amigo, Fray Vicente Grases Millet, OP que “me espera en la Morada del Abbá” (cito el libro) y a quien le escribí desde la portada esto: “…Y con un abrazo grandote y lleno de nostalgia, en el recuerdo y en la alegre y vivacamaradería de la Iglesia, a mi compadre y amigo el Padre Vicente, a cuyos pies estuve como discípulo y que no tuvo tiempo de escribir el prólogo al cual se había comprometido, porque partió de apuro rumbo a la Casa del Padre. ¡Después charlaremos de esto, Vicente… Después charlaremos!”
Vicente y José y por lo que sospecho ahora también Karol, estaban unidos por la hermandad del sacerdocio, por la amistad y por mí en ese libro. Pues también la introducción donde cito a Vicente, lo hago con José. Transcribo:
“Al P. José Frydryk, Misionero de La Salette, mi amigo, pastor y herrero, dueño de una personalidad áspera, fuerte y dura que esconde un tesoro de Caridad que se empeña infructuosamente en ocultar.”

Y por allá arriba escribí “y por lo que sospecho ahora también Karol”. Sigan leyendo la nota y entenderán. Les anticipo solamente que a mi me pareció muy natural y coherente el episodio que les relataré acá mismo.

Mezclo personajes. Acaso esté repitiendo eso que dijo de mí César Actis Brú, DP con su espléndida pluma en el prólogo de libro: “Finalmente no puedo –tal vez tampoco quiero- eludir una mirada a la transparencia del alma del autor quien, rayano en la auto – referencia obsesiva, se nos muestra sin pudor con desnudez franciscana retomando el camino de regreso, mostrando como Ulises (u Odiseo) su fuerza y su cansancio, su vigor y su alegría, pero solamente reconocible por sus heridas devenidas ahora en cicatrices.”
Amontono a todos los que amo y que me aman, vicio de autocomplacencia y confirmación en la fe que, también sin pudor, expongo desde mi espiritualidad caminante y en permanente conversión con placer. Esto, que parece un folleto propagandístico de un libro que no fue presentado nunca en Santa Fe, mi ciudad natal y sí en Mina Clavero por otro gran muerto, el Padre Manuel Ignacio Pereyra, y que también jamás será puesto a disposición de mis comprovincianos al menos en su versión original pues se agotaron las ediciones, viene a cuento porque sin José Frydryk entre tantos, no habría existido.


Somos amigos sin concesiones José y yo.
Él me pide algo ahora que no revelaré. Yo le pido que me contenga en la alegría de la Eucaristía que tantas veces celebramos en comunidad y en la cual nunca comí. Hoy Domingo por la noche que escribo estas líneas que terminaré no se cuándo, es el primero en que comulgué, previa confesión porque algo había, en el gigantesco templo edificado por el Padre Paprosky en Santa Fe, otro sacerdote polaco como José y Karol. Para mí un signo. Presidió la celebración Fernando, párroco en La Banda, Santiago del Estero a quien conocí y compartí pan y vino en la casa parroquial de La Salette y en la mía, en familia, como debe ser entre cristianos. Volveré sobre este Domingo y esta Misa.
Retomo el relato: somos amigos sin concesiones José y yo.

Siempre fue obsesivo en el respeto por la libertad en la esclavitud del amor.
Cuando resolvimos dejar de compartir andanzas (de las buenas) y mesas de familia nos comprometimos al secreto pero nunca dejamos de estar unidos y en contacto. Ni siquiera ahora lo abandonamos. Mi hija Cristina, la mayor, me contó algo que después les cuento y que tiene que ver con esto.
José, como todo polaco y chaqueño montaraz, áspero y rudo, jamás calló. No le importaba lo que pensaran los demás de la verdad que él exponía. Yo, por más que lo intente, nunca lograré ser como él, soy más político, diplomático como se dice. En eso radicó la necesidad de no seguir compincheando por un tiempo, ahora retomamos el vicio ya libres de ataduras mundanas.
José exige algo, estoy dispuesto a complacerlo. A cambio, viejo amigo, ocúpate para que la morada que me toque habitar cuando nos reencontremos tenga una buena conexión de banda ancha de Internet que aún me quedan muchas cosas por hacer.


Este Domingo XXXI del tiempo ordinario fui luego de seis años de nuevo a Misa a La Salette. Como dije antes, presidió Fernando. ¡Cómo creció espiritualmente ese muchacho! Lo conocí de cachorro y ya es un cura maduro que dará que hablar.
El primer lagrimón lo sequé con un dedo, disimulando. Fue al comienzo no más, viendo la sede vacía del amigo. Los siguientes vinieron en seguida, cuando pedimos perdón cantando y me acordé de José que me dijo que era ese el momento en el cual debía dejar de lado las culpas por el pecado porque el Señor me recibía en su casa perdonándome. Con el dorso de la mano bastó para el disimulo. Pero cuando canté el Santo batiendo palmas con alegría como lo hice tantas veces en La Salette, sede de la Renovación Carismática Católica de la ciudad sede de la Arquidiócesis, ni con las mangas de la camisa alcanzó y me despreocupé del tema. Total, ¡tantos lloraban…!
No lloraba al amigo muerto, lloraba por el reencuentro. Era consolación, era oración.
Porque José me enseñó a orar, con alegría, con entusiasmo, con todo el cuerpo, a cada momento, dialogando con un amigo, Jesús, que no exige protocolos para charlar con otro amigo.
Pasamos largas horas en silencio ante el Sagrario, otras caminando en el patio entre las plantas. De Mamerto Menapace aprendí -y adquirí la costumbre- de saludar a nuestra Mamá María apenas levantado y camino a la cocina para preparar el mate. Frente a la imagen de la Inmaculada que nos regaló el Padre Vicente simplemente saludo con una frase cortita: “Que hoy no me meta en lo que no me llames ni me niegue cuando me necesites, amén.” Al santazo de Alberto Hurtado, SJ le robé otra. Cuando llego a la redacción del diario y antes de sentarme ante la computadora, frente a un crucifijo grande tallado en madera misionera digo: “Contento Señor, contento…” y arranco en la vida.
De José lo que aprendí fue a charlotear con mi Abbá en todo momento, lo repito, con alegría, contento, sin molestar con pedinguñerías comunes sino dándole gracias, alabándolo y felicitándolo por lo bueno de sus creaciones: la planta, el viento, el sol, la familia, la vida. Me da paz. (Probalo, vale la pena, te ayuda a entender la vida, a quererla, a cuidarla. Le da sentido, no acaba con la flor que envejece y cae sino que permanece incansable en el pimpollo.)


Desordenadamente retomo la comunión de los santos. Mi abuela Filomena Novello, nacida en Santa María la Longa, casada con mi abuelo Antonio Dodorico y migrada a la Argentina ambos jóvenes y con los primeros hijos a cuestas en el barco, según contaba mamá y mis tías, despertó una noche y avisó a mi abuelo que había muerto una hermana suya. Dos meses después llegó la carta anunciando el fallecimiento ocurrido a la misma hora en que mi abuela se enteró. Decía que la hermana la visitó. Yo creí.
Hace veinte años sentí la urgencia de viajar con mis padres a Córdoba para visitar a la hermana de papá María Ignacia, religiosa Esclava del Corazón de Jesús. Armé viaje para el día siguiente y salimos los tres para allá. Para satisfacción espiritual de mi padre dolor aparte, llegamos a tiempo para acompañar a mi tía en su partida a la Casa del Padre. ¿Casualidad?
Cuando murió mi padre, luego de acomodar el velorio, consolar a mamá y avisar a algunos amigos fui a casa a llorar tranqui. Lo estaba haciendo a ciencia y conciencia y de pronto sentí la voz de mi padre que me decía “¿Por qué lloras? ¿No ves que estoy bien?” Levanté la vista y él estaba en el parque trasero de la casa, sonriéndome, más joven o al menos sin las canas de bigote y cabello. Le pregunté a José y a Vicente si era posible eso o mi imaginación había funcionado, ambos me respondieron que nada es imposible para Dios. Lo que más me llamó la atención fue la gran consolación que sentí, como si mi padre y alguien más me abrazaran dándome mucho amor.
Días después viajé a Mina Clavero. Bajé de la camioneta y saludé como si nada a tía Elma, viuda de un hermano de papá. Lo hice ex profeso despreocupadamente pues quería darle la noticia de la muerte del cuñado más querido con prudencia por sus años. La vieja me miró y dijo simplemente “El Ignacio no está más…” y me invitó a rezar un Rosario por él. Ya lo sabía… ¿Me explico?
Más de una década después murió mamá, casi sorpresivamente. De rama pasé a ser tronco sin estar preparado para serlo, tronco de la familia, el último. Cremamos a mamá y la llevé a casa en una especie de urna - sopera de plata. Cada vez que paso frente a sus cenizas alabo al Señor. Josefina López, Carmelita Misionera que ayudó a morir a Vicente, alguna vez con alegría me dijo que ese era un regalo que me hacía mamá, que alabara a Tata Dios en su memoria. Será…

Confieso que a tres años y medio aún no terminé de elaborar el duelo y que hay momentos de profunda angustia.
En tres oportunidades de dolor más profundo, una de ellas en Navidad y otra en mi cumpleaños, me sorprendió el olor a quemado que había en la casa. No lo reconocí como papel quemado o cubiertas de algún piquete cercano. Era madera y me preocupé por los pisos de pinotea antigua, las bibliotecas y los muebles. Recorrí toda la casa y ningún indicio había de incendio pero el olor me perseguía hasta que lo reconocí: Olor a fuego de hogar pero el hogar estaba apagado, nunca se encendió. Era más fuerte en la habitación donde están depositadas las cenizas de mamá, y entendí. Y nuevamente la consolación.
Como si eso no bastara, luego de dos años largos de no abrir el ropero donde se conservan las ropas y algunas pocas pertenencias de ella y en otra situación depresiva, hice de tripas corazón y abrí el mueble. Me invadió el olor del perfume de mamá. Pregunté si alguien más lo percibía con respuesta negativa. Curiosamente era el del llamado Mary Stuart que mamá usó durante años hasta cambiarlo por otro más suave y fresco seis o siete años antes de morir.
Revolví todo buscando el frasco olvidado y no lo encontré. Cuando al día siguiente volví a abrir el famoso ropero el perfume no se percibía. Entendí y pude sonreír al fin ante los recuerdos de mi madre.


Vuelvo a José, que esta larga recopilación de recuerdos me lleva a él.
Cuando murió tía Elma a quien cuidé dentro de mis posibilidades viajando dos veces al mes a Mina Clavero durante su enfermedad, yo recién había regresado de una de esas visitas. Me llamaron por teléfono para que concurriera al velorio, que lo demorarían hasta que llegara. Les respondí que hicieran todo como debía ser porque no viajaría. Me perdí un velorio de aquellos, con asado, bebidas fuertes, mate y vecinos. La Cooperativa Eléctrica de Mina cuida a sus asociados.
Ese mismo día charlando con José lamenté no haber concurrido y él me respondió con una de sus frases habituales: “Hiciste lo que podías en vida, los muertos son de Dios” y descorchó una botella de tinto de la que nunca tomaba un trago pero que compraba para mi homenaje.
Siempre pensé lo mismo y no soy de veloriar. No voy o al menos lo evito todo lo posible.
Cuando José enfermó para morir visité el sanatorio sin poder verlo, visitas prohibidas primero y mucha gente después. El “Gallego” Manuel López, compañero de estudios del La Salle pasó a avisarme de su muerte una hora después del deceso, levanté la nota en este diario y decidí dos cosas: Que no iría al velorio y que pese a la morriña que me invadiría irremediablemente, debía mantener la alegría que a José habría de agradar.
Pero no cumplí lo primero. Impulsado por una fuerza interior poderosa fui a la parroquia y me quedé largo rato frente al cadáver que esbozaba una leve sonrisa. Aún no discerní del todo el hecho ni tampoco el haber concurrido a Misa este Domingo a La Salette pero se que José quiso que volviera a sentir toda la alegría que emana de la celebración eucarística de esa comunidad invadida por el fuego del Espíritu. Era su modo de consolarme y de decirme algo. Una enseñanza nueva desde la comunión de los santos.
Pero…
No desensille que se nos quedó la overa… o si quiere no cambie la cebadura que llegan visitas…

Nuestra hija mayor, Cristina María Victoria, quiso más que los otros hijos a José y él la prefería, me aconsejaba sobre ella y hasta la vigilanteaba en sus andanzas pre adolescentes en la Plaza Pueyrredón con sus amigas.
No me sorprendí y hasta sonreí cuando Cristina, mi esposa, me contó lo que a ella le contó a su vez nuestra hija: “Me contó ‘la Gata’-así la llamamos desde nena por sus hermosos ojos- que la madrugada del día en que murió José tuvo un sueño. Soñó con él, que le hacían una despedida porque iba a visitar al Papa… ¿Sabés que Papa era? –Cristina, la grande, estaba por contarme algo que intuí, que ya sabía- ¡Juan Pablo II…!
Jajajajaja. Perdonen la carcajada. Karol apareció al fin de la nota. ¿Entendieron ahora?

Dos curas polacos están de chamuyo en la mesa que sirve Jesús. Seguro que se les arrimará tarde o temprano un catalán, Vicente, de buen paladar para el tinto.
Por primera vez en su vida José beberá vino fuera de la Misa, es que ahora, esa Caridad que lo quemaba por dentro, se le hizo visible. Al fin. (Te envidio, José, ya charlaremos…)


Todo esto se los cuento para que crean, son libres de hacerlo o no, es mi segundo testimonio para la comunidad de La Salette. Yo, por mi parte, no pienso desperdiciar mi vida a causa del racionalismo ni de la incredulidad.

Hay demasiado amor y belleza y consuelo en todo lo creado como para ignorarlo y perdérselo.

http://www.diario7.com.ar/
05 Nov 07
Republico esta nota adhiriendo memorioso de esta manera a la Fiesta de Ntra. Sra. de La Salette.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Ernesto Day - Ni burro tuerto ni mula esbelta

No te lo pierdas... Enciende los parlantes y disfruta.
Video de una reunión de amigos en El Pacara (San Luis, Salta Capital) y un chamamé imperdible.
Ver y escuchar...

Link directo a YouTube

Publicado en http://juancastarcreaciones.blogspot.com/

jueves, 3 de septiembre de 2009

Carta a un preso (de colega a colega) – A Eduardo Ramos


¿Cómo crees que se ven los muertos? Aburridos. No te veo aburrido.
(Te debía esta carta, amigo Eduardo “el Curro” Ramos desde el día del amigo pero la Gripe “A” o como se llame o la del chancho rengo postergó el festejo así que aquí va.)

Por Juan Carlos Sánchez Dodorico

Veo que no te aburres. No estás muerto. No lo está quien pelea.
Si callaras lo estarías, ¿recuerdas que lo dijo un alto magistrado judicial? Cuando Ramos calle, morirá...
¿Cómo haces para no aburrirte allí adentro, en Las Flores? Al menos en Bomberos, donde pasaste tus primeros tres años y chirolas de preso político eras útil, cocinabas, limpiabas, incluso una noche de incendios y accidentes quedaste a cargo del cuartel ¡Y NO TE FUGASTE... BOLUDO...! Por no hacerlo terminaste en Las Flores junto a asesinos, violadores, choros de cuarta, vos, todo un represor, un genocida. Merecías una cárcel de estilo, no esa pocilga con cocina de rancho whichi y raciones de Capitanich.
Allí te mandaron abogados de ocasión que años antes, en tiempos de inundación, se desgranaban en alabanzas por los favores que les hacías. ¿Carlitos Renna por ejemplo? Un miembro del Honorable Tribunal oral que no tuvo las pelotas ni de renunciar como su colega Martín Gutiérrez ante las presiones del gobierno ni de sostenerme la mirada el día que firmé la caución por tu libertad ordenada por el tribunal superior. Un tipo que vive del presupuesto desde que me acuerdo y que nunca podrá emitir un fallo que te beneficie porque tiene que defender el puchero. ¿Será así? Ya lo sabremos.

¿Verás fútbol gratis este fin de semana? No me digas NO porque en la Argentina de los DDHH todos tienen los mismos derechos, hasta los presos inocentes. Diviértete. No habrá un tren bala en tu futuro pero sí un celular como el que te llevó el 1º de septiembre a la sala del juicio de la vergüenza. Y rejas.

¿Vergüenza? Claro. Allí se juzgará como asesinos y anti patria a los que pusieron el pecho cuando los esbirros que te acusan peleaban contra Perón y la república. ¿Sabías que programaron el asesinato del General? Imagino que sí, estás informado, sos un buen investigador.

Hoy pasó algo jocoso, amenazaron a la familia del fiscal de tu causa, el abogado Candioti. Lo hicieron escribiendo algo sobre la foto de su familia que la esposa tenía sobre su escritorio ¡en el juzgado de Reconquista...! ¡Que los tiró de las patas a estos represores y genocidas...! Tienen gente adentro... ¡Cuidado! ¿Sabés? Me recuerda ese ataúd que tiraron frente a LT10 la radio universitaria con un mensaje inculpador a Pinculi, el ComMy Rebechi pidiendo que lo metieran preso y el pobre ya era finado.
¿Por qué el recuerdo?
Hombre, porque aquella vez y pese a la opinión publicada por la prensa adicta a la pauta publicitaria oficial, todos supusimos que el zurdaje rico inventó el episodio para hacerlos aparecer, a vos y tus compañeros de prisión, como miembros de una fétida organización poderosa aún vigente. ¡Huevones...! Si fuera así los denuncieros no lo serían.
Este otro asunto de las amenazas a Candioti habría que empezar a investigarlo también al revés de como se empezó, quizá se descubra al autor o autora. No lo afirmo, lo supongo nada más porque los años no los tengo en el lomo alpedamente y como buen periodista que soy, supongo... Tengo derecho. ¿Sabés qué?
La forma rápida y coincidente en la cual los encolumnados en el derechohumanoidismo vernáculo salieron a solidarizarse con la familia agraviada me huele a aprovechamiento, a oportunidad. Son gente de la política basura y del “todo vale” cuando de aparecer en cámaras se trata. Nadie dijo (o al menos no lo escuché) que una vez investigado el asunto y expedida la justicia, opinarían. Todos –creo que todos- salieron a culpar indirecta o directamente a tu mafiosa y poderosa organización. “Miente, miente, que siempre algo queda...” ¿Te suena conocido? Ya les colgaron el Sanbenito a los infames represores.
¿Represores?

Alguna vez, creo recordar, vos explicaste el sentido propio de la palabra represor. Hay re-presión cuando alguien ejerce presión, es una respuesta. O sea, alguien empieza y otro actúa en consecuencia.
Leelo a Orlando Gauna en su blog, lo linkeamos en PyD; hace una excelente crónica sintética de la carrera delictiva del abogado Jorge Pedraza tu principal motor acusador. De pendejo no se negó nada si de atentados se trata. ¿Vos lo denunciaste por homicidio? ¿Era a él? ¿Y nuestros jueces de la democracia impoluta no te dieron bola? ¿Y quién te crees que sos vos para pedir justicia?
Él ejerció presión y ahora es funcionario público del gobierno de la Nueva Alianza Santafesina. Su sueldo lo pagamos todos, no importa, tiene derecho a no ser un desocupado; Binner tiene derecho a nombrar a quien quiera, pero... ¿Por qué a vos, ciudadano ilustre por el Rotary por tu actuación solidaria durante la inundación de Santa Fe del ’03, no te designan en un buen puesto público? Al fin de cuentas si vos te cargaste algún terrorista fue en defensa de la comunidad y Pedraza lo que hizo fue contra los santafesinos. Así pagamos.

Leelo a Orlando. ¿Que no tienes Internet en la cárcel? ¿Cómo es eso? ¿Acaso no tienes derechos humanos? Bah, quizá ni les interese que seas humano. ¿Lo sos?

Quizá no pudiste ver lo que fue el cirko exterior del primer día del juicio, el de la calle. Lo relaté en una nota hace dos días. Patético. Pensar que lo pagamos nosotros. Si se lo cobraran a ellos no existiría.
Vieras los planes sociales arreados haciendo bulto totalmente desinteresados del asunto. ¡Mi patria...! ¡Nuestro pueblo! Les hicieron perder el sentido de la dignidad a fuerza de hambre y clientelismo. Eso es hijodeputismo político, una formal renuncia a la dignidad del político. Todos perdieron, los arreados y los arrieros. A los primeros se los puede rescatar, son el pueblo; los segundos serán siempre irredentos, son la nueva oligarquía que no es puta –D’elia dixit- sino simplemente atorrante. Ni para puta les da el cuero. Perdoname el exabrupto pero pienso en mis hijos y nietos y me embronco. Nos están dejando un país en llamas y destruido. Mucho nos costará salir de esta.

Te dejo hasta la próxima. Cuando tengas tiempo escribime. Jaja, ¿tenés tiempo?
Y no mirés fijo a los acusadores ni a los jueces, pueden hacerte otra causa más por re-presión.

Un abrazo:

JC

E-mail del autor zschez@yahoo.com.ar
03 Set 09

IR a http://www.politicaydesarrollo.com.ar/

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Saludar y enviar pretensión "literaria"

Publico en mi blog personal este relato de un comprovinciano, camarada y amigo, Edie Daniel Duré. Quiero guardarlo además de en mi memoria, en este archivo digital compartiéndolo con quienes se atrevan a reconocer como propio este áspero espacio de nuestra patria. - JC

Mi estimado amigo y comprovinciano
D. Juan Carlos Sánchez:


Revisando mis archivos encontré algo que creía perdido, un cuento "baratito" por no decir otra cosa, que supe escribir mientras me encontraba acampando al pié del cerro Olga en los Antartandes antárticos.

Metido dentro de la carpa, con temporales continuos de 10 a 15 días, con temperatura 20° a 30° bajo cero y vientitos superior a los 320 Kms, recursos propios de esta niña que se llama Antártida.

Ella nos tiraba con todo lo que tenía a su alcance. Me puse a escribir cuentos cortos, sin tener pretensiones académicas o literarias, solo, escribir,, ya que la carpa no daba más que, para estar sentado o acostado, por lo que me convertí en un experto en tomar y cebar mate, de acostado.

Hoy, solamente y haciendo uso de este medio tan generoso que es Internet, te lo hago llegar como una muestra de afecto para vos, Cristina y toda la tropa,

Un fuerte abrazo

Edie Daniel Duré


Revelación


Cansado de dar vueltas en la cama, me levanto, no podía conciliar el sueño. Miré el reloj, las agujas marcaban las dos y treinta de la mañana del 21 de junio de 1969.

Cada vez, que miraba el reloj, no podía dejar de pensar en mi esposa y en mis hijos. Este cronómetro había sido un regalo especial de ella, no solamente para que me entere de la hora, sino, para ser utilizado como una herramienta de trabajo en mi especialidad de topógrafo, por sus manecillas en minutos y segundos, con números grandes, detalle que no traían todos los relojes.

Sentado frente a la ventana de doble vidrio, cubierta por floridas cortinas, observaba el escaso moblaje del dormitorio que se me había asignado a mi llegada, hacía seis meses, a la Base del Ejército "Esperanza" en el Sector Antártico Argentino.

Mi compañero de habitación, dormía plácidamente, él, había llegado casi dos meses antes que yo a la base, oriundo de Caucete en la provincia de San Juan.

Para él, "Caucete" era el "Ombligo del Mundo", Caucete era la Capital de San Juan y esa benemérita ciudad, había dado dos próceres. Por supuesto él y un señor muy conocido que vaticinaba el tiempo y que no recuerdo su nombre.
Tenía un carácter muy especial, tranquilo, jovial, con pretensiones de guitarrero, un fiel amigo, con un sentimiento de hermano, habíamos estado destinados juntos en el Batallón Geográfico Militar en la provincia de Buenos Aires, donde nos recibimos de topógrafo, y seguíamos juntos en aquellas lejanas latitudes australes.

Era un manso con carácter para acollarar un arisco, que siempre fui yo, como lo pude comprobar en pleno Antartandes
A él quiero dedicarle un recuerdo muy especial, con su pelo hirsuto y su barba en punta parecía un criollo salido de las antiguas películas nacional ya que juntos realizamos una patrullas extensas en la Tierra de San Martín en el Continente Antártico, la misma duró ciento un días. A lo que se debe agregar que unimos por Continente las Bases de Ejército "Esperanza" con la Base del Ejército Chileno General D. Bernardo O'Higgins.
En ella iba como Jefe de Patrulla. Espero poder escribir algún día sobre esta misión, que tantas enseñanzas y experiencia me aportó.
Compartimos muchos días de terrible ventiscas, tormentas, y fríos, más allá de lo que hoy, pudiera soportar, amén de las privaciones y zozobras por las traicioneras grietas que eran parte del “pan de cada día” en nuestra ruta, en esos largos e interminables días de vivir en carpas y refugios.

Amigo Silverio Rodríguez. (Pichichú), bravo suboficial infante, mí cariñoso recuerdo y afecto.


Apoyado displicentemente en la pequeña mesa que usábamos como escritorio y con una repentina somnolencia que dominaba mis confusos pensamientos, trataba en vano de hallar él porque a muchos Interrogantes.

Cuales eran entre otros muchos, por que abandoné a mi familia para realizar esta “Patriada”. Tiempo después obtendría algunas respuestas y que hoy son parte de mi orgullo personal.
En esas cavilaciones me encontraba cuando pequeños golpes en el vidrio de la ventana me volvieron a la realidad.

Separo las cortinas. Nada. Sólo el grito aislado de alguna Skúa o el vuelo rasante de algún Albatros que se dejaba mecer en caprichosos vaivenes en la suave brisa que bajaba del Glaciar próximo al Monte Taylor o los tranquilos pingüinos que dejan escuchar algún graznido en sus roquerías.
Esto me dio la oportunidad de quedar absorto observando el maravilloso paisaje enmarcado en perspectiva, por el tosco marco de la ventana.
Al frente el glaciar imponente con su blancura de siempre, reflejaba destello de plata cual bruñido espejo. La luz de la luna, convertía la noche en día.

No hay palabra para describir las noches antárticas, libres de tormentas y nubes y en la cual la luna señorea por el espacio gélido; su luz se refleja por toda la superficie del continente con un tono especial que inunda el espíritu de una tranquilidad que envuelve los sentidos.

El mar quieto con sus verdosas aguas, algunos que otros escombros de hielo, témpanos de suave color cielo se mecían perezosos como barco a la deriva.

Como Tripulante de ellos algunas focas peleteras o de "Wedel" dormían esperando que su reloj biológico les indicara el inicio del día solar.
A la derecha el Monte Flora con su olla (cráter de un antiguo volcán) cubierta de acartonada nieve parecía que quería incrustarse en el cielo con su pico cual aguja.
A su alrededor, diseminadas "morenas" cuidaban en su interior fósiles que eran parte de un lejano tiempo en que la vegetación era lujuriosa y tropical, difícil de creer pero estos fósiles son las pruebas de que realmente la Antártida fue exuberante en plantas y clima.
Los perros, atados a la maroma, quiebran el silencio de la noche con sus aullidos, como saludando a la luna que coqueta se mira en el amplio espejo de la superficie o en las quietas aguas del mar.
Sin haber observado nada en particular volví las cortinas a su lugar y con la esperanza de poder conciliar el sueño me disponía a meterme en la cama nuevamente.
¡Tóc! ¡tóc! ¡tóc!. ¿Quién puede golpear la ventana con tanta insistencia? Todos duermen, pensé, en ese instante.
Venciendo la inquietud que me dominaba observé a través del vidrio, quedé pasmado de temor. No daba crédito a lo que veía.
Mi primer impulso fue cubrir la ventana, despertar al "Pichi", diminutivo de "Pichichú" como le decíamos a mi amigo. El temor a hacer el ridículo, hizo que lo dejara seguir durmiendo, si era una falsa alarma, quién lo aguantaba al día siguiente.
Mi curiosidad era más grande que mi temor.

Del otro lado una figura fantasmagórica se desdibujaba en caprichosas formas. Parecían pequeñas volutas de humo o nieve. Se armaba y se desarmaba y parecía tomar forma humana hasta que se estabilizó.
Su rostro era viejo, muy viejo, profundas arrugas lo surcaban, cubierto de una blanca y larga barba que lo mismo que sus cabellos le llegaban hasta la cintura.
Era su tez de una rara y radiante blancura como rara era la túnica desflecada que le cubría hasta los desnudos pies.
Con las manos flacas, huesudas hacía señas y con sus dedos finos y largos me señalaba el exterior, siempre sonriendo, pero ¿era una mueca o una sonrisa? En ese momento no lo sabía y hoy a pesar del tiempo transcurrido, tampoco.
Me vestí como pude y a los tropezones dejé la casa, salí al exterior por el lado de la cocina y ahí se encontraba parado o suspendido en el aire, estaba tan confundido que no supe cual era su posición, más aún, ni el frío de la noche sentía sobre mí.
Los perros aullaban, ateridos de temor y él, impasible, con su rara sonrisa o su mueca me observó curioso y complacido por tenerme a su merced. Extendió su mano en dirección al cielo, el mar, los montes cercanos y todos los que mis ojos atónitos podían ver y dijo con rara voz:
"Este es mi reino, yo soy el Señor de todas estas comarcas y son mis fieles vasallos, el viento, el granizo, la nieve y el hielo, las ventiscas, el blizzar y el blanqueo”.
“Es mi fiel amiga la muerte".
"De este lugar salen ellos a todos los confines de la tierra, llevando mi helado mensaje."
"Los pobres, los ricos, saben de mí y aquél que me ignore paga caro tributo”.
"Yo soy quién hará inclinar tu soberbia cabeza sobre tu pecho y haré doblar tu espalda en sumisa reverencia."
"Cegaré tus ojos, cuando directamente quieras verme en las grandes nevadas, y cuando el tiempo pase y creas que me tiene dominado, grietas profundas te estarán esperando; blizzar y temporales serán tus custodios para hacerte pagar tu osadía de querer ignorarme".
Mientras él hablaba mil cosas pasaban por mi mente, no atinaba a decir nada, su profunda mirada me tenía inmovilizado y el frío empezó a acariciarme y hacerse sentir hasta en los huesos.
Me miró fijo y sus ojos cual dos gotas de rocío escarchados, fue lo último que vi.
Una fuerte ráfaga de helado viento me hizo doblar como haciendo una torpe reverencia y sentí su cavernosa carcajada de satisfacción mientras decía y al mismo tiempo se esfumaba en blondos copos de nieves o de nubes - "Yo soy...

No necesité escuchar más, ya lo sabía, más que eso, lo presentía. Desde que puse los pies por primera vez en el Continente Blanco lo sentía dentro de mí y lo sentiría mientras durara mi estadía en él.

¡Era el invierno!

Han pasado los años y aún hoy recuerdo mi primera noche en la base del Ejército Argentino “Esperanza", baluarte de nuestra nacionalidad, donde esforzados hombres velan las esperanzas de la patria, de integrar efectivamente ese sector del Continente Blanco a nuestro patrimonio Nacional.
Recuerdo vividamente las patrullas, la vida en carpas, cuando la nieve las cubría totalmente y no nos dábamos cuenta de ello, cuando el calentador se apagaba por falta de oxígeno o se nos hacía difícil respirar, los refugios con sus pies de hielo, las tormentas de viento y nieve, el aullidos de los perros, el canto de las gaviotas o a lo lejos, las dorsales de algunas orcas, ballenas, las focas sobre los bandejones, ni que decir de los pingüinos que prácticamente convivían con nosotros.
Los días que estuvimos perdidos, las grietas profundas, el acampar dentro de los vehículos porque la tormenta no nos permitía armar carpa, la visión de la bahía "Dusse" desde lo alto de la cordillera Antártica. Los famosos "Antartandes".
Su paso en el viaje de ida, cuando estaba totalmente congelada e iniciamos la marcha desde el Refugio Güemes. El descenso de una ladera de 45 grados surcada transversalmente de grietas muy profundas, la angustia de escoplar, para poder cruzarlas, la alegría de encontrar el refugio "Independencia".

El encuentro con una patrulla chilena, a quiénes ayudamos a sacar con nuestros dos vehículos, un vehículo con trineo de arrastre, que se le había fondeado en una grieta, en las proximidades del Cerro Olga.

Las visitas que hicimos a la base Chilena O'Higgins, las atenciones que recibíamos en gesto de reciprocidad.
Hoy todo ellos, son solos hermosos recuerdos que me llenan de orgullo, y, algunas veces, me traicionan.
¿Vi en realidad al anciano de luengas barbas blancas, y blancas vestiduras desflecadas por el paso del tiempo o son cosas que me las imaginé?
Para el caso, hoy, no tiene importancia, a veces creo que realmente lo vi, otras, que lo imaginé
Pero como sea tuve en cuenta sus advertencias y pude volver con los míos.
Por lo que le estoy muy agradecido.

Dedicado a mi estimado camarada y hermano antártico, el siempre recordado con sincero afecto, Sargento de Infantería Topógrafo Silverio (Pichichú) Rodríguez, oriundo de Caucete, la primera Ciudad de la República, pertenece a San Juan.
Caucete, “el Ombligo del Mundo” según él, ¿o San Juan pertenece a Caucete?
Por su intermedio y después de tener que soportarlo con sus pretensiones de guitarrero y cantor, por 365 días de vivir juntos, en nuestro Territorio Antártico Argentino, me vengo a enterar que en un ignoto lugar de San Juan, existe un pueblo, pueblito o gran ciudad, que se llama... CAUCETE.
Según Carlos Illianes, otro Sanjuanino, camarada antártico de la misma dotación, “comentaba que en una oportunidad va un circo a Caucete y se suspendió la función porque se habían sustraído el león, primera figura circense y decía que al mismo se lo habían comido después de un reñido partido de futbol”.
Hermosas flores que se tiraban estos buenos amigos y camaradas en esa larga patrulla, en la que también Carlos Illianes participaba junto a Matheu.
Broma aparte, haber participado de una invernada en la base Esperanza en el año 1969, y lograr tener un compañero habitación, de patrullas, leal, valiente, excelente amigo por sobre todas las cosas y un muy buen profesional topógrafo, es algo que siempre me ha llenado de una sana satisfacción.
Lo recuerdo con su sana sonrisa, su mirada franca, los pelos rebeldes y “chuzos”, la barba negra y puntiaguda, que siempre se me hacía que era una gaucho “matrero”, su porte noble y bien parado, robusto , pero por sobre todas las cosas un enorme corazón.
Todo ello, me ha permitido sentirme honrado, de contar con su amistad.
Algún día nos volveremos a encontrar y le entregaré este cuento... no tan cuento.
Atentamente

Córdoba, 12 de Junio de 1974.

Edie Daniel Duré
Subof Pr (R)
Ejército Argentino
Antártico

Especialista en Servicio Geográfico
Expedicionario al Desierto Blanco